Manuel Sauri - Director ejecutivo de Agua Segura
Si miramos un mapamundi, parece que el agua “sobra”. Es que en la proporción tierra-agua se juega una falsa idea de que en este planeta azul que habitamos, nunca tendremos que preocuparnos por su escasez. Sin embargo, de los 1.400 millones de kilómetros cúbicos de agua que tiene la Tierra, un 2,5% del volumen total es agua dulce y solo se puede acceder fácilmente a un 0,3% de ella para consumo humano porque el resto está congelado o son aguas subterráneas. En términos sociales, estas cifras se relacionan con un desigual acceso al recurso que en muchos casos se convierte en privilegio, lo que debería garantizarse como derecho y bien público.
La crisis del agua afecta especialmente a comunidades vulnerables y a sus infancias, que sufren enfermedades vinculadas a la falta de agua segura causando casi 1000 muertes por día de niños y niñas. Con los fenómenos asociados al cambio climático, la mayor variabilidad del agua y los ecosistemas estresados, necesitamos nuevos enfoques para el desarrollo y una planificación que nos permita construir sociedades más resilientes y conscientes.
Es por eso que la economía circular y las soluciones basadas en la naturaleza, representan una clave de época estratégica con la que debemos pensar nuestra tarea cotidiana en cada uno de nuestros espacios. En la crisis del agua, la interconexión que tenemos todos los actores del sistema es evidente y eso nos hace co-responsables en la gestión de este bien público, escaso y fundamental para la vida en el planeta. Si bien estamos ante un fenómeno global que tiene a 400 millones de personas con escasez de agua en el mundo, nuestro país tiene sus propios desafíos. En Argentina, por ejemplo, consumimos casi 500 litros por persona por día, mientras que en otros países no llegan a 150 o 200 litros.
Pero en la tarea urgente de cuidar el planeta, ya no solo se trata de preservar, mitigar o regular, también se requieren respuestas transformadoras. En esta dirección se encuentran las soluciones basadas en la naturaleza, también conocidas como soluciones verdes. Se trata básicamente de invertir en proyectos que acompañen la transición hacia una economía del bienestar global, promoviendo alianzas que dejen siempre huellas positivas en las comunidades. Transformar la perspectiva de crecimiento en donde el valor del impacto positivo para el mundo y las personas, sea el corazón de cualquier iniciativa.
En relación a la crisis del agua, por ejemplo, se pueden reducir las pérdidas por escurrimiento, mejorando las condiciones y la funcionalidad de las cuencas, e impulsar alianzas público-privadas que para implementar proyectos de acceso a agua, saneamiento e higiene (WASH) y medioambientales a través del restauramiento de suelos, protección de vertientes, obras para almacenamiento a través de cosechadoras de agua de lluvia. Estas soluciones “verdes”, transforman profundamente la lógica del negocio, generando un impacto positivo tanto en las comunidades, como en sus propias cadenas de valor.
Tenemos el desafío generacional de transitar hacia un mundo en el que el agua, al igual que otros recursos, no sea un privilegio sino un derecho. Para ello es indispensable informarnos e involucrarnos para poner en marcha nuevos proyectos que protejan el planeta y construyan un mundo mejor todos los días.